Los seres humanos estamos amaestrados para llamar la atención. Fingimos estar en medio de una labor grandiosa y resonante que nos convertirá en seres importantes. Y ahora, con la egotista dinámica de las redes sociales, las masas se programan para engrandecerse a sí mismas, y la orden es simular que somos bellos, ricos e importantes.
Por eso resulta extraño ver a un personaje de novela que sugiera todo lo contrario: el doctor Pasavento (que en realidad no se llama Pasavento, sino Doctor Ingravallo, o para ser más precisos, Doctor Pynchon… como sea, el nombre es lo de menos). Este hombre propone un rechazo a la fama, por lo tanto evita los reflectores y procura pasar desapercibido, siendo su fin último desaparecer del imaginario colectivo. En suma, Lo que desea Pasavento es derrumbar su identidad.
Cuando Pasavento habla de “desaparecer” se refiere a la disolución del ego; a la negativa de seguir construyendo un “yo” y a continuar rigiéndose de acuerdo a sus dictados. Así busca una especie de liberación a partir del rechazo a la dinámica del mundo. Después de todo, la fama es una trampa, la tierra no gira en derredor nuestro, y lo que percibimos es sólo una distorsión proveniente de los filtros del ego. Sin embargo, para lograr su cometido, se enfrenta con las naturales dificultades: ciertamente la naturaleza humana añora el aprecio de un ser querido, el reconocimiento de un extraño, y el renombre que genera una exitosa actividad profesional. Por consiguiente, el protagonista se debate contra todo ello y se pregunta si su huida del mundo no será en realidad una huída de sí mismo, pues en el fondo espera que su plan de desaparición fracase.
Tras esta larga introducción resulta más sencillo hablar de esta novela, tercera entrega de la “trilogia metaliteraria” del escritor español Enrique Vila-Matas (como sabemos, el primer volumen fue el celebrado “Bartleby y compañía” y el segundo fue “El mal de montano“). En efecto, esta narración posmodernista continúa ofreciendonos infinidad de citas y referencias a otros libros y autores, pero no es ni remotamente el único recurso que los lectores podemos apreciar.
Vila-Matas logra mejor que nadie que su ficción parezca autobiográfica. Por consiguiente, la siempre estrecha frontera entre ficción y realidad se vuelve más difusa.
Más que metaliteratura “Doctor Pasavento” propone una “metafísica” en la que las referencias literarias aparecen conectadas por un tejido virtuoso de vida, las coincidencias no son casualidades, todo esta relacionado y todos los personajes son uno solo. El epicentro de esa gran organización invisible es la calle Rue Vaneau en París, que en palabras del protagonista es “una avenida en la que descansa toda la tensión del mundo”.
Al igual que su personaje, el escritor se disocia de sí mismo. Es bien sabido que el efecto de leer a Vila-Matas es que terminamos admirando a otros autores: el primero de ellos será (desde luego) su tan admirado escritor suizo Robert Walser. Pero ahora nos introduce a otro de los secretos mejor guardados de la literatura”, el escritor francés Emmanuel Bove.
La narración en primera persona, el personaje (que como ya vimos adopta varios alias) y el argumento más ensayístico que novelesco, crean mucha curiosidad en el lector, que continuamente se estará preguntando cuáles detalles serán verdaderos y cuáles no. Vila-Matas logra mejor que nadie que su ficción parezca (repito: parezca) autobiográfica. Por consiguiente, la siempre estrecha división entre ficción y realidad se vuelve más difusa cuando el catalán escribe.
Tal como sucede con su personaje, el autor se disocia de sí mismo. El efecto de leer a Vila-Matas es que terminamos admirando a otros autores.
Con todo esto quiero decir, que “Doctor Pasavento” es una novela diferente, ideal para lectores con cierta cultura “libresca” (valga el término) y que en su historial clínico cuenten con algún antecedente del “mal de Montano”. No es exactamente un pretencioso ladrillo posmodernista repleto de metaficción (en realidad, cuando Vila-Matas se propone narrar, lo hace estupendamente), sino que el concepto resulta tan especial que fácilmente puede ser mal entendido. Si hacemos una lectura superficial, Pasavento sería un escritor renegado, deprimido y egoísta; cuyo dinero le permite pasearse por el mundo sin hacer nada, inventándose personalidades y fingiendo estar en busca de un concepto trascendente que al final queda en pura palabrería sin sentido.
Pero la literatura no se lee así. Es un asunto mucho más profundo. Los buenos libros no se escribieron para ser gustados a la medida de cada lector; sino para que nosotros hagamos el ejercicio de interpretarlos.